domingo, 20 de abril de 2014

EL PRIMER BATALLÓN DE DESEMBARCO 1972-1974. POR TIERRA Y POR MAR IV


Introducción
Hace cuarenta años el mundo seguía bajo la Guerra Fría y sufriendo numerosos conflictos armados, aunque durante el año 1972 se negociaron los acuerdos de paz que en el 73, concluyeron para los norteamericanos, la larga guerra de Vietnam; pero a los pocos meses estalló la guerra del Yom Kippur que enfrentaría por cuarta vez a árabes e israelitas, poniendo de nuevo al mundo al borde de un nuevo conflicto mundial. En la España de aquellos años ya se adivinaba el inevitable fin del régimen, que en cierta medida se aceleró con el asesinato del  Almirante Carrero Blanco en diciembre de 1973.
A la llegada al Tercio de Armada (TEAR) en Agosto de 1972 como flamante Oficial del Cuerpo, fui destinado a una Compañía de Fusiles: la 2ª Compañía del Primer Batallón de Desembarco. Este Batallón constaba de tres Compañías de Fusiles y una potente Compañía de Plana Mayor y Servicios que encuadraba también las armas del Batallón: Morteros de 81mm, Cañones sin Retroceso de 106mm y un Pelotón de Lanzallamas, además de la Sección de Comunicaciones y la de Servicios. 
       El Tercio de Armada venía de pasar por la tragedia de perder algunos hombres. La desgracia sucedió un Viernes de Julio del1972, cuando un ferrobús en el que viajaban mas de cien soldados que se iban de francos de ría a sus casas chocó frontalmente con otro tren en la zona de Lebrija, con el resultado de unos 86 muertos; 26 del Tercio de Armada, de los que seis pertenecían a la 2ª Compañía, además de algunos heridos.
En el Cuartel se vivía un proceso de regeneración del Cuerpo, con interesantes discusiones profesionales con oficiales y suboficiales, intercambio de manuales, libros y publicaciones de los norteamericanos, en un continuo esfuerzo para ganar el asiento a la lumbre y volver a reverdecer los laureles de la Infantería de Marina. La recuperación de la identidad corporativa, tradiciones  y ceremonias también ocupaba tiempo; estábamos convencidos de ser un Cuerpo de Tropas, y como tal, el personal era la principal preocupación. Con la perspectiva de los años creo que se logró, y el prestigio del Cuerpo en la Armada y en el conjunto de las Fuerzas Armadas está hoy entre los más altos.

La 2ª Compañía.
Una Compañía de Fusiles en los setenta  era, en pocas palabras, la quintaesencia de la Infantería de Marina: un grupo numeroso de gente con buena moral y cuya preparación y especialización para las operaciones anfibias justificaba la existencia de un Cuerpo. En la práctica, y al mando de un Capitán, consistía de un pequeño grupo de mando con un Teniente como Oficial Ejecutivo, tres secciones de fusileros y una de armas al mando de Tenientes o Alféreces, y dotada con abundante equipo y armas: fusiles de asalto CETME de 7,62mm, lanzagranadas M79 de 40mm, ametralladoras MG3A1 de 7,62mm, morteros de 60mm, lanzacohetes de 3,5 pulgadas, granadas de mano y de fusil,  además de pistolas y subfusiles para los cuadros de mando y los portadores de armas colectivas. A ello se le unían las radios AN/PRC6 para las secciones y pelotones, y los flamantes AN/PRC77 para la sección y compañía, según el caso.



De refuerzo del Batallón podía encuadrar un pelotón de lanzallamas, y observadores de morteros de 81mm o de artillería y fuego naval, según las necesidades; los equipos de control aéreo táctico, completaban los apoyos de combate, a los que había que unir los vehículos logísticos del tren de la compañía. En síntesis, una potente unidad, inspirada en la organización de la Infantería de Marina americana y especialmente diseñada para operaciones anfibias, en las que empleábamos para llegar a tierra desde la mar las embarcaciones LCVP o LCM de los buques anfibios o los nuevos vehículos anfibios LVTP7, que acababan de llegar al TEAR, con los que podíamos mecanizar la compañía, que se podía además reforzar con una Sección de carros de combate M48.
          El Capitán con su cuadro de mandos se esforzaba por  tener la Compañía controlada y adiestrada lo mejor posible, aunque los medios para conseguirlo no eran muy abundantes y la tropa mucha, pues la Compañía al completo la formaban 217 hombres, a los que había que conocer, comprender sus necesidades y tratar de satisfacerlas con los recursos disponibles. El trato con aquella gente era muy gratificante, pues representaban a la sociedad española, de todas las extracciones sociales y formación, algunos casi analfabetos (muy pocos) hasta titulados universitarios, con edades que iban desde 20 años hasta 27. El alojamiento, que se denomina “la Compañía” dejaba bastante que desear, era una nave corrida situada en la primera planta del Cuartel de Batallones, en unas condiciones poco gratificantes, con servicios higiénicos escasos y sin agua caliente, por lo que había que trasladarse en invierno y verano liados en una toalla y con la pastilla de jabón en la mano a los llamados "servicios generales" situados en la planta baja del cuartel.
En aquella época el deporte no era una prioridad, y de él se encargaba a primera hora de la mañana el Suboficial de Semana, quien conducía a la Compañía a hacer gimnasia a la hora que había programado para todo el TEAR el Oficial de deportes. Esto cambió al poco tiempo, cuando las unidades empezaron a hacer la preparación física con sus oficiales al frente.
La eficacia en el tiro también era manifiestamente mejorable debido a las continuas interrupciones de los fusiles CETME “C”, a causa especialmente de la poca calidad de la munición, que tampoco era muy abundante, pero que había que aprovechar para mantener adiestrados a los 217 hombres que se renovaban por reemplazos seis veces al año.


El adiestramiento táctico tenía lugar en el acuartelamiento y en sus inmediaciones, según el programa del Jefe de Operaciones del Batallón  y en él trataba de impulsar el conocimiento táctico de oficiales y suboficiales. Para salir al campo había limitadas posibilidades, pues no se contaba con un Campo de Maniobras como el de la Sierra del Retín. Pasaron casi un par de meses  hasta conseguir la primera salida al campo, cuando  los padres de un soldado que tenían un magnífico cortijo en Los Naveros, permitieron destacar allí unidades hasta el nivel compañía durante una semana.
Uno de los pilares del adiestramiento era la marcha, pues está demostrado que la mejor manera de adiestrarse en la marcha es... marchando: el movimiento se demuestra andando, así que a golpe de “pinrel”  la 2ª Compañía iba a todos lados, cada uno sumido en sus cosas pero procurando no romper el ritmo pues suponía un alargamiento de las columnas y una innecesaria fatiga; las canciones ayudaban a mantener el ánimo. Se marchaba en las proximidades del acuartelamiento, en los adiestramientos que la Agrupación de Desembarco hacía en el Campamento en Facinas; del muelle de Almería al Campamento de Álvarez de Sotomayor; en fin, éramos la infantería, en este caso de Marina. En las marchas  la canción más popular era  “Soy Capitán” cuya primera parte  cantaba a dúo una sección con las otras tres, para acabar todos juntos con las estrofas de “Adiós, adiós mis bravos fusileros…”



SECCIÓN DE ARMAS DE LA 2ª COMPAÑÍA
Al menos un viernes al mes tenía lugar el acto de Lectura de Leyes Penales. Para él, formaba el Tercio de Armada en el patio del Cuartel de Batallones siguiendo los toques de ordenanza de: Escuadra, Compañía, Batallón y Llamada con la Banda y Música. Daba gusto ver el patio lleno de tropas, todos vestidos de uniforme de franjas, cantando con fuerza la “Marcha Heroica”, en un acto en el que se manifestaba el  espíritu de las unidades, de las más recientes y de las que las habían precedido y formado en aquel mismo patio desde finales del siglo XVIII.




La Justicia Militar
   El Código de Justicia Militar de 1945, vigente en aquella época, juzgaba por razón del delito, del lugar o de la persona, y en opinión de un Jurídico, Profesor de la Escuela Naval, “mantenía un equilibrio inestable entre una abstracción infecunda y una casuística engañosa”. En los años en que la tropa procedía del Servicio Militar obligatorio la deserción era el delito más corriente que se veía en los Consejos de Guerra, y en los que los Tenientes turnaban en las funciones de Fiscal o Defensor. Mi debut en una Causa fue de Fiscal, para lo que se debía ir a Capitanía General a presentarse al Juez Instructor, un Teniente Coronel del Cuerpo que había visto sus mejores tiempos en el frente durante la Guerra Civil como Alférez Provisional. El Instructor, tras una cortina de humo de picadura y con aire doctoral de gran sapiencia marcial te introducía en las particularidades de la Justicia Militar y en los entresijos del Consejo de Guerra, en el que debería hacer gala de mis mejores aptitudes jurídicas. 
Después de un par de días de estudiar la Causa me presenté, como estaba preceptuado, a la Misa de Espíritu Santo previa al Consejo con uniforme de paseo y sable. En la antesala del Consejo cumplimenté al Presidente y conocí al defensor, quien resultó ser un antiguo Oficial de Marina que ejercía la abogacía y, en particular, la defensa de militares, en lo que se había hecho un nombre. Después de saludarnos y ver mi cara de ser consciente que el defensor no era otro Teniente, me dijo que no me preocupara por lo que él iba a decir en el Consejo…”tu tranquilo, no pasa nada, tu a lo tuyo...” Yo no me fiaba, así que lo vigilaba de reojo mientras se ponía la toga, pensando en el repaso que me iba a dar. Al acusado no lo absolvieron, como él pedía con sus alardes de erudición, pero tampoco le impusieron la pena que yo solicitaba: no lo hice tan mal.

La Fuerza Anfibia
El Mando Anfibio de la época permitía ser verdaderos infantes de marina, y lo constituían en la época tres Transportes de Ataque: “Aragón” “Castilla” y “Galicia”, a los que se unía la Flotilla de Desembarco compuesta por tres LST: “Velasco” “Martín Álvarez” y “Conde del Venadito” además de tres barcazas BDK y tres LSM. Aquello no estaba nada mal, pero le faltaba algo tan esencial como los helicópteros, que la Armada dedicaba prioritariamente a la lucha anti-submarina y solo marginalmente a las operaciones anfibias.
Antes de los ejercicios anfibios importantes había una secuencia de ejercicios de adiestramiento en tierra y a flote para los que se embarcaba una semana para habituarse a la vida a bordo y efectuar el adiestramiento de llamada a embarcaciones, trasbordo y movimiento buque-costa diurno y nocturno.
La fase de embarque tenía un planeamiento muy documentado y cuidadoso, pues no de otra forma se podría embarcar casi mil hombres a bordo del “Aragón”. Los sollados de tropa eran grandes, siendo el “Foxtrot” el mas grande de todos, con más de trescientas literas en seis alturas y sin taquillas…¡ah!…y con escasos aseos. El resultado es fácil de adivinar; el embarque, siguiendo el plan establecido por el Oficial de Embarque, se hacía en fila haciendo subir a cada hombre a su litera, la orden era: “ocupar rápidamente las literas”, así que con la mochila a la espalda, el chaleco salvavidas puesto y con el fusil en una mano y el saco petate en la otra, se iban llenando “rápidamente”, con la ayuda de los suboficiales y Cabos 1º, las literas del sollado. Una vez concluida la función comenzaba el "repliegue táctico" de los mandos, reculando para no ser destrozados por el tumulto que se formaba inmediatamente para que la "mano invisible" gobernara -como a la economía- el arranchado final. Un par de horas después había que volver a ver los efectos de la experiencia de los veteranos, admirando el relativo orden que allí reinaba, aunque inmediatamente se recibía de primera mano la novedad de que los retretes se habían atascado…¡como siempre! Es de justicia reconocer el mérito de aquella tropa, que aceptaba en plena década de los setenta las incomodidades que ofrecían barcos diseñados en la de los cuarenta para transportar a tropas de asalto a playas defendidas por japoneses.



LST 13. CONDE DEL VENADITO
No tenía nada de particular que se considerara como una bendición la posibilidad de embarcar en una LST, algo mas nuevas que los transportes de ataque y recién llegadas de los Estados Unidos, pues ofrecían condiciones de vida a bordo mucho mejores. La 2ª Compañía embarcaba a menudo en el “Conde del Venadito” al que la tropa llamaba indistintamente el “Bernardito” o el “Benedicto”. El motivo de embarcar en este buque era debido a que la compañía iba a desembarcar mecanizada a bordo de los nuevos LVTP7 recién llegados de los Estados Unidos y que el barco lanzaba por la rampa de proa. Este método de llegar a la playa tenía la ventaja de hacerlo seco y no empapado como sucedía si formabas parte de una ola de embarcaciones, en las que te podías pasar a bordo de una LCVP o LCM más de una hora entre el tiempo haciendo  la “pescadilla” y el tránsito a la playa a ocho nudos.

CARBONERAS. DESEMBARCO DE LA 2ª COMPAÑÍA EN LVTP7
Carboneras era el lugar habitual de maniobras anfibias, en las que el adiestramiento, bien solos o con la Unidad Anfibia de la Infantería de Marina de la Sexta Flota de los EEUU, el MAU (Marine Amphibious Unit). Eran  muy buenos ejercicios, de día o de noche, lo que ponían a prueba nuestro adiestramiento que en general era más que bueno para los estándares de la época. Los ejercicios solían terminar con una escala en los puertos de Almería, Málaga, Ceuta o Melilla,  donde siempre éramos bien recibidos.
El verano del 73 recibí la orden de presentarme en Septiembre en la Escuela de Infantería de Marina para efectuar el curso de aptitud de Zapadores que preparaba para servir en la Compañía de Zapadores del Tercio de Armada y en las Secciones de Zapadores que se acababan de formar en los Tercios. Fortificación, campos de minas, explosivos, planeamiento de construcciones en campaña y empleo de maquinaría eran las materias principales. El curso era interesante y sus profesores ponían mucha pasión en la enseñanza; ellos se habían formado en los Estados Unidos y se esforzaban para conseguir que se reconociera para oficiales la especialidad de zapadores.



OFICIALES DEL PRIMER BATALLÓN
La 1ª Compañía
Al finalizar el curso me esperaba la 1ª Compañía del Primer Batallón de Desembarco que mandaba un viejo profesor de la Escuela Naval. Ni que decir tiene que los estudios de zapadores me dieron una nueva visión de la preparación del terreno y de la protección de las posiciones con campos de minas, que empezamos inmediatamente a aplicar a nuestros ejercicios y procedimientos operativos.
La experiencia de la 2ª Compañía también sirvió para mi nueva unidad. Uno de los primeros cambios que hicimos fue incorporarnos todos los oficiales subalternos a la gimnasia que dirigía el Sargento instructor de educación física a primera hora de la mañana.
El primer ejercicio importante al que fue la 1ª Compañía fue al adiestramiento en combate en tierra con fuego real en el Campo de Maniobras de Álvarez de Sotomayor en Almería. Allí tuvimos la posibilidad de efectuar ejercicios tácticos con apoyo de fuego real de morteros, artillería y helicópteros de ataque “Cobra”, permitiéndonos  integrar la compañía y mejorar nuestro nivel de adiestramiento, practicando en profundidad tácticas y técnicas del oficio de los soldados de marina.
La 1ª era una buena Compañía y aunque habían mejorado las condiciones y medios para adiestramiento, todavía subsistían algunas  dificultades. El mejor momento llegó con ocasión del ejercicio “Carboneras 74” con el Grupo Anfibio de la VI Flota de los EEUU y su MAU, para el que la 1ª Compañía embarcó primero en el “Aragón”, para posteriormente transbordar al porta-helicópteros "Iwo Jima”, al que los soldados andaluces llamaban el “Irozima” con su particular acento de la tierra. En vista de la falta de disponibilidad de helicópteros nacionales para la preparación, lo hicimos estudiando los procedimientos en los manuales americanos, y pintando en el suelo con cal la planta de los helicópteros para simular en ellos el embarque y la salida ordenada para asegurar la zona de aterrizaje.


HELICÓPTEROS CH46 Y CH53 DESEMBARCANDO A LA 1ª COMPAÑÍA
El embarque resulto estupendo y la experiencia: de primera clase. Ver embarcar toda la compañía, de noche, en la cubierta de vuelo del “Iwo Jima”, y llegar a la zona de aterrizaje en cuatro CH46 "Sea Knight" y dos CH53 "Sea Stallion" las dos olas de cien hombres cada una fue algo extraordinario. Poder adiestrarse antes del día del asalto, aprendiendo sus técnicas y tácticas con aquellos marines, muchos de ellos veteranos de combates en Vietnam, fue otra experiencia inolvidable que ponía el listón muy alto. Quizás nos faltaban medios, pero la 1ª Compañía era magnífica "second to none" y tuvimos ocasión de demostrarlo.

Güelfos y Gibelinos
Los servicios del acuartelamiento para los oficiales subalternos eran los habituales de la época: Guardia de Prevención y Servicio Interior; la primera suponía un día entero en planta, vestido de uniforme de franjas con guantes, sable, gola y pistola, y la alerta permanente para evitar que por un descuido te “metieran un puro”, deporte que estaba entonces muy en boga. “Forme la guardia” “guardia a formar con armas” eran las voces más oídas. El relevo se hacía según prevenía las ordenanzas: desfile de la guardia entrante y honores de la saliente, saludo entre los oficiales con la fuerza sobre el hombro, y mientras los cornetas tocaban “relevo”, los soldados susurraban la letra “underground” del toque: “no es lo mismo entrar que salir”.
La Guardia Interior te tenía todo el día de un lado para otro, supervisando los actos económicos de la vida del acuartelamiento: desayuno, comida, cena, salidas de francos, misa…etc. Con ocasión de una guardia interior en domingo, me dirigí a la Capilla para la Misa, que no era obligatoria, por lo que no estaba muy concurrida, pero en cambio solían asistir los jefes que vivían en los pabellones del cuartel, y a veces, el General. Al parecer el Capellán, que no era castrense, tenía la costumbre postconciliar de decir la Misa sin la casulla, por lo que el General le había llamado a su despacho para "recomendarle" que usara la casulla -como estaba preceptuado- pero al parecer algún agente de inteligencia le sopló que seguía diciendo la misa sin ella. Aquel día, estando en funciones de Oficial de Guardia Interior, acompañaba al Capitán de Guardia para esperar al General en la puerta de la Capilla. Su Excelencia acudía pletórico de ardor guerrero, como cuando de joven asaltaba parapetos en la Guerra Civil, por lo que en cuanto vio al Capitán de Guardia que se le acercaba para darle la novedad luciendo una pequeña gorra de plato con visera plana y bigotes que le tapaban el labio superior, no lo dudó un instante y lo hizo suyo “in situ” despachándole con 48 horas de arresto. El auto sacramental vino a continuación, cuando el cura desde el altar con aire humilde, respetuoso y con la casulla puesta se dirigió al General, en pie en el primer banco, para solicitarle permiso -como estaba preceptuado- para comenzar el acto que prevenía la orden del día. Su cara de sorpresa fue mayúscula cuando oyó al General decirle: -“puede usted quitarse la casulla, si quiere”, lo que no dudó en hacer el güelfo vicario, para inmediatamente oír al gibelino príncipe de la milicia añadir: -“¡no, no!...póngase la casulla, que es lo mandado” En fin, como puede verse “la mudas” no habían acabado en la Escuela Naval, ni en San Fernando los conflictos entre Iglesia y Estado.

Finale
Aquellos dos años en el Primer Batallón de Desembarco fueron magníficos, rodeado de buenos compañeros y con una muy interesante actividad profesional. De aquel Batallón me queda el recuerdo imborrable de su tropa, procedente del reclutamiento obligatorio; eran gente admirable que aceptaban con alegría los rigores de la vida del cuartel y los riesgos del adiestramiento intensivo del TEAR, de día y de noche, por tierra y por mar. Eran duros, sufridos y disciplinados, y necesitaban pocas cosas para desempeñar sus cometidos; ellos sostuvieron al Cuerpo durante su larga historia. Nada de lo que se haga en su reconocimiento será suficiente.