lunes, 15 de julio de 2013

SANTA CRUZ DE LA SIERRA

     Un jueves al sol compartía un banco de Tres Cantos con un anciano jubilado quien ante mi curiosidad por su vida pasada no dudó en enzarzarse en un relato sobre sus tiempos de pastor en Pinillos de Polendos, pueblo de Segovia entre Cantimpalos y Turégano. Su bucólica narración rezumaba nostalgia; yo le observaba con ojo avizor y oído atento para no perder ripio de una sabiduría que me llevaba a una época pretérita en la que los campesinos alternaban su tiempo en el cultivo del cereal y la ganadería; siembra, recolección, trillado en las eras, ovejas que pastaban sin estabular criando dos veces al año, viajes hacia los pastos de verano por los viejos caminos de la Mesta...etc.  Me explicó el sistema de trashumancia de los rebaños, cómo entrenaban a los perros pastores, el empleo de esquilones, los altos en la marcha y su reanudación... Eran sus tiempos felices de vida en el pueblo que se cerraron, como para miles de españoles, con su venida a la ciudad. En su cara de sabiduría doctoral se reflejaba un aire de cierta condescendencia cuando yo le narraba brevemente mi limitada experiencia pecuaria en el Pirineo Oscense contribuyendo a la conducción de un rebaño de tres mil ovejas en una  jornada desde La Canal de Berdun hasta los pastos altos de Canfranc; una experiencia inolvidable.
La Iglesia de la Vera Cruz y al fondo el Convento de los Agustinos

     Pueblos, villas y aldeas siempre han llamado mi atención; en los viajes me gusta detenerme en alguno de los que encuentro en el camino y pasear un rato por ellos observando con curiosidad su vida. En la actualidad las carreteras principales ya no atraviesan pueblos, los ves en la distancia mientras te desplazas a 120 kilómetros por hora, pero en realidad como se ven bien los pueblos de España es poniendo una zanca delante de la otra moviéndose a menos de 5 kilómetros por hora, con una cámara fotográfica y una bota de vino. El mundo se ve distinto a través del objetivo de una cámara y con un gaznate fresco.

     En los 70 y 80, cuando era soldado, hacía a menudo el trayecto Madrid-Cádiz, un negocio muy incómodo, sobre todo en verano. Sucesivos viajes me llevaron a conocer bastante bien el itinerario, que planeaba en etapas con distintas paradas y pequeños desvíos cada vez, en los que aprovechaba para adquirir objetos de artesanía popular, algún libro y vino: Valdepeñas, Moriles, La Rambla, Bailén, La Carolina, Córdoba Andújar, Écija, Carmona, Utrera, Sevilla...despertaron mi interés y el de mi cámara fotográfica.

     Es conocida la anécdota de  Ricardo Torres Reina "Bombita" quien en el viaje de regreso a Sevilla después de torear en La Coruña, ante el comentario de uno de su cuadrilla que se quejaba de lo lejos que estaba Sevilla enunció el siguiente apotegma: - "Sevilla está donde tiene que estar, lo que está lejos es La Coruña." De Cádiz podríamos decir lo mismo, lo que pasa es que cuando tenías tu familia lejos y con carreteras equivalentes en calidad a las líneas del ferrocarril que llevaban al maestro de La Coruña a Sevilla todo parecía más lejano. La aparición de las autovías, los retrasos en las obras del Paso de Despeñaperros y la precisión de los GPS calculando tiempos han popularizado la ruta extremeña para ir de Madrid a Cádiz, que parafraseando al espada sevillano,  está donde tiene que estar desde hace tres mil años.
Iglesia de la Vera Cruz

     Mi interés por la geografía me ha hecho disfrutar de este itinerario por la N-V. El tránsito por la submeseta sur cruza tierras de las antiguas Órdenes Militares castellanas y ofrece la posibilidad de hacer etapas en Oropesa y Calzada de Calatrava, con su convento e Iglesia de las Agustinas Descalzas.  El camino busca el  cauce del Tajo hasta cruzarlo cerca de Navalmoral de la Mata, dejando la Sierra de Gredos al Norte. Enseguida aparecen los Montes de Toledo, que constituyen la primera barrera montañosa que hay que atravesar y que forman la divisoria entre el Tajo y el Guadiana.
Ruinas del Convento de los Agustinos
     Después de hacer varias veces el camino extremeño, al atravesar las estribaciones oeste de los Montes de Toledo por la Sierra de Montánchez,  siempre llamaba mi atención las ruinas de una Iglesia que se encuentran en la villa de Santa Cruz de la Sierra en la comarca de Trujillo. Por esta villa,  hoy con alrededor de 300 habitantes, aunque llegó a contar con casi 700, han pasado civilizaciones precélticas, celtas, vetonas, lusitanas, romanas, visigodas, musulmanas...y así hasta nuestros días. En la zona se han encontrado numerosas lápidas y se presume que Viriato pudo haber tenido enterramiento en este pueblo. La colonización de América vio a los lugareños abandonar sus reales e iniciar como conquistadores o colonos su aventura americana. Ya en el siglo XVII la villa fue señorío del conde de la Calzada y Santa Cruz, lo que señaló el principio de la decadencia del pueblo. Un nieto del primer señor, llamado don Joaquín de Chaves, levantó la Iglesia-Convento de San Joaquín, de los Agustinos Recoletos, a finales del XVII, y cuyas ruinas se divisan desde la carretera N-V, a las que me dirigí en una tarde calurosa del comienzo del verano. Dejé el coche en la plaza principal, en donde anticipé a mis esfuerzos un café con "perrunillas". Soy muy "larpeiro".

     Con ese frugal viático a bordo, zanca tras zanca, recorrí el pueblo que parece estar recuperando una cierta prosperidad. Empecé por la plaza principal en la que se encuentra el templo parroquial de la Vera Cruz, construido en los inicios del XVI con aparejo de mampostería y sillería granítica. En la fachada oeste se abre una portada apuntada gótica; el costado que da a la plaza está precedido de un pórtico de inicios del XVII, con siete arcos de medio punto sobre pilares que se apoyan en un zócalo liso. Deberé volver a ver su interior, pues estaba cerrada. Muchas iglesias solo abren para el culto, olvidando su papel de testimonio histórico-artístico; será porque no hay suficientes casillas cruzadas en la declaración de la renta para subvenir al gasto de contratar vigilantes.

 

     A continuación encaminé mis pasos hacia las ruinas del Convento de los Agustinos Recoletos, que se divisan desde la carretera N-V. El conjunto contó en su día con una Iglesia de planta de cruz latina de estilo barroco y junto a ella se ubicó el Convento, cuya comunidad fue poco a poco aumentando sus propiedades. En 1835 fue desamortizado con la Ley de Mendizábal cuyos efectos sobre el patrimonio eclesiástico fueron devastadores y de ellos este Monasterio es un ejemplo. Posteriormente se usó como almacén y cuadra de ganado. Hoy solo se conserva la estructura de la Iglesia con sus muros, techos de bóveda de cañón y la cúpula bajo la que se encuentra un pozo; de la decoración solo quedan restos de frescos, en especial en el Coro: una visión descorazonadora ante la incapacidad de restaurar nuestro patrimonio.

     Desde luego valió la pena la visita en la que sentí el decaimiento que produce la visión de las ruinas, cómo refleja magistralmente Góngora en estos versos:  
                                                     Los que ya fueron corona
son alcándara de cuervos
además que como dientes
dicen la edad de los viejos
    Volví a los 120 Kilómetros por hora para continuar el viaje. Ahora me queda planear otro a Pinillos de Polendos.